¡Es lunes! Yo avisé: cada lunes, una nueva entrega de La Aventura del Abrigo Amarillo, pastiche Holmesiano del Holmes clásico. Hoy toca el primer capítulo, en el que presentamos la acción y los personajes. Probablemente todos los conozcáis, en una u otra encarnación, pero hay ciertas reglas que seguir en estas cosas.
Este capítulo tendría muchas más erratas de las que ya tiene de no haber sido por el trabajo de @Jous_ y @Armeris, mis dos lectores beta. Desde aquí mi agradecimiento por su curro: moláis. Los errores que queden me los adjudico egoístamente.
Y bueno, nada más. Al lío. Espero que os guste o al menos que no os disguste en exceso.
***
La Aventura del Abrigo Amarillo
CAPÍTULO PRIMERO
Durante la primera mitad de 1889 mis visitas a Sherlock Holmes disminuyeron notablemente en número y frecuencia, a causa de mi matrimonio, en primer lugar, y de las exigencias de mi nueva práctica después. Sin embargo, la prensa me mantuvo informado de los casos en que figuraba mi amigo, y fue así como supe de su intervención en el asunto del trampero Larsen y de su papel crucial en la detención de la banda de Jimmy Napier, el falsificador americano.
A falta de cualquier excusa para acudir a visitar a Holmes me resigné a esperar a que mi carga de trabajo disminuyera, cuando el destino vino a ayudarme haciéndome protagonista de un alarmante y curioso incidente durante una desapacible mañana de finales de invierno. Tal fue su naturaleza que pensé que atraería la atención de Sherlock Holmes, e incluso jugué con la idea de sorprender al detective. De modo que acudí a mis antiguas habitaciones de Baker Street. La señora Hudson en persona me abrió la puerta y me recibió con toda cordialidad.
—¡Doctor Watson, qué alegría! Llevábamos mucho tiempo sin verle por Baker Street.
—Le pido mil perdones, señora Hudson. He estado muy ocupado.
—¿Muy ocupado? ¡Más bien parece estar enfermo! Mire qué delgado está, y tiene usted muy mala cara. ¡Y el abrigo al brazo a estas horas, con el tiempo tan frío que estamos teniendo! ¿Le apetece una taza de té?
—Estoy perfectamente, se lo aseguro. No es más que exceso de trabajo. Dígame, ¿está el señor Holmes en casa?
—Sí que está, doctor Watson —me dijo, y bajó la voz—, pero yo de usted no subiría.
—¿Y eso por qué, señora Hudson?
—Porque está de un humor de mil diablos, si me disculpa la expresión, por eso. No ha querido ni oler el té de la mañana, ha dejado toda mi escalera oliendo al tabaco ese tan fuerte que fuma, y no hace más que pasear arriba y abajo como un alma en pena. No suba, doctor, ya sabe cómo se pone cuando está así.
Las palabras de la señora Hudson me llenaron de aprensión. Conocía de sobra la tendencia de mi amigo a caer en la más oscura de las depresiones tras periodos de actividad intensa como el que acababa de pasar, y temí que de nuevo hubiera hecho mella en su ánimo la tentación de la jeringa con solución al siete por ciento. De modo que sin mediar más palabras subí rápidamente los diecisiete escalones hasta las habitaciones de Holmes y llamé a la puerta.
—¡Señora Hudson, le he dicho una y mil veces que no deseo ser molestado! —ladró la voz de mi amigo desde el otro lado de la hoja. Decidí que no era momento de respetar las convenciones y entré sin más.
La escena que me recibió era curiosa incluso para las bastante relajadas costumbres que imperaban en Baker Street. El aire estaba tremendamente viciado, toda la salita inundada de acre humo de tabaco. Sherlock Holmes estaba de espaldas a la puerta, medio tumbado en el suelo, enfundado en su batín color ratón y rodeado de papeles. Había sobres, cartas, tarjetas, periódicos y documentos de todo tipo a su alrededor, y sus largos dedos nerviosos se movían como arañas, tocando uno u otro papel aparentemente al azar, cogiendo algún documento y soltándolo de nuevo con una imprecación, o arrojándolo lejos de sí como si se tratara de algún odiado enemigo.
—¡En el nombre del cielo, Holmes! —no pude evitar exclamar—. ¿Cómo puede usted respirar en esta atmósfera?
El efecto de mis palabras fue inmediato y sorprendente. Sherlock Holmes giró bruscamente la cabeza, se levantó de un salto digno de un atleta, y vino hacia mí con la mano extendida y una amplia sonrisa en el rostro.
—¡Watson! Mi querido amigo, ¡qué agradable sorpresa! ¡Pase, por favor!
—¿Cómo está, Holmes? —la mano que estreché estaba fría pero tenía la misma presa de acero que recordaba. Y aunque los huesos se marcaban claramente en la cara de Holmes, resaltando sus pómulos y su aquilina nariz, no lo consideré un síntoma especialmente alarmante; sabía bien que mi amigo consideraba la comida una especie de distracción opcional. Claramente la actividad de las últimas semanas no había hecho mella en su ánimo, y su físico tampoco parecía haber sufrido en exceso.
—Me alegro de encontrarle con buena salud —dije, recibiendo la sonrisa que en mi amigo indicaba que había leído mis pensamientos tan claramente como en un libro.
—No puedo decir lo mismo de usted, Watson —replicó suavemente—. Aunque es un alivio ver que su aspecto se debe a que ha estado extralimitándose en la consulta, antes que a alguna desavenencia matrimonial. ¿Cómo se encuentra su esposa? Sé que es temprano, pero a juzgar por su estado creo que una copa y un poco de tabaco le harán bien.
Sin dejar de hablar con amabilidad, Holmes se lanzó a abrir una de las ventanas para airear la estancia, apartó a patadas unas pilas de papeles, me guió a mi antiguo sillón, y puso a mi alcance una copa de jerez y un excelente cigarro de una marca que no me era familiar.
—Un regalo de un… personaje importante del gobierno turco, a quien presté un pequeño servicio hace unas semanas. Nada que interese a sus lectores, me temo, aunque el asunto no careció de puntos de interés. Se quedará a desayunar, espero. Será cosa de un instante enviar una nota a su esposa. ¡No, no, no admito réplica! No hacen falta mis dotes deductivas para ver que también necesita usted una buena comida y un poco de tranquilidad.
—No, Holmes, no se moleste. En realidad yo sólo…
—Mi querido Watson —interrumpió mi amigo, repentinamente serio—, permítame decirle cuánto lamento el fallecimiento de su paciente. No debe sentirse mal. Estoy seguro de que ha hecho usted todo lo humanamente posible.
Disimulé mi sorpresa tomando un sorbo de jerez.
—Holmes —dije despacio—, es verdad que he perdido un paciente esta madrugada, pero no veo cómo ha podido deducirlo. No he mencionado ninguno de mis casos, y estoy seguro de no llevar en mi persona nada que le permita adivinar lo que ha ocurrido.
—Pues se equivoca —dijo Holmes, que mientras tanto había escrito la prometida nota y la había enviado con Billy—. El cuello de su camisa, su mano izquierda, el frontal de su chaqueta y la cadena de su reloj me han permitido hacer esta pequeña deducción.
Holmes esperó, y yo, conocedor de sus métodos, revisé mentalmente su lista.
—De acuerdo —dije—. ¿Ha visto usted que el cuello de mi camisa está rozado y ha deducido que no he dormido en mi casa esta noche?
—Excelente, Watson. Pero en realidad, lo que he visto ha sido que el cuello de su camisa está más rozado por la parte derecha que por la izquierda.
—No veo la relación.
—Olvida usted que hemos compartido alojamiento durante años, Watson. Cuando se dormía usted en su sillón favorito, el mismo en el que está sentado ahora, se dormía con la cabeza sobre el hombro derecho.
—Tiene usted razón —admití—. Aunque se me ocurren otras causas que pueden explicar un cuello rozado.
—Bien observado, de nuevo. Podría ser que se hubiera encontrado usted sin cuellos limpios esta mañana, aunque conociendo las excelentes dotes de ama de casa de la señora Watson, me extrañaría. Pero ha cogido usted la copa de jerez con la mano derecha.
—Así es —dije, confuso.
—Usted es diestro. Generalmente esto no sería motivo de extrañeza. Pero cuando usted fuma, sujeta el cigarro con la derecha y la copa con la izquierda. Esta vez sujeta usted copa y cigarro con la misma mano, alternándolos, y usando liberalmente el cenicero, cosa que no es su costumbre, como las quemaduras en la tapicería de su viejo sillón atestiguan.
“¿Conclusión? Está usted protegiendo su brazo izquierdo de todo esfuerzo superfluo, por leve que sea. Claramente algo ha irritado su herida. Podría ser el tiempo, pero esto también afectaría a su pierna, y no he visto que cojeara. Por tanto, ha sido el hecho de tener que mantener una postura forzada en una silla o sillón (me inclino por la silla, pero no puedo asegurarlo) durante bastante tiempo, lo cual ha agravado el dolor de su hombro, pero no el de su pierna. Y por otra parte está su chaqueta: la ha usado usted de manta, echándosela por encima y generando esas características arrugas que se ven en el frontal, cuando la ha remetido por los lados para protegerse del frío.
“Si su paciente hubiese mejorado, usted hubiera podido ir a su casa, darse un merecido baño y cambiarse de ropa. Pero el hecho de que abandone usted el cuidado de un paciente para venir a verme, conservando en su persona todos los indicios de haber pasado la noche a su lado, me hace temer un fatal desenlace. La cadena de su reloj me ha convencido de ello.”
Miré mi chaleco, y Holmes siguió mi mirada.
—La ha retorcido usted entre dos de los botones para acortarla y dejar el reloj colgando del chaleco, para no tener que sacarlo del bolsillo cada vez que mira la esfera. La única razón para hacer esto es que tuviera usted que consultarlo muy a menudo durante un período de tiempo prolongado, y la única deducción posible una vez tenidas en cuenta todas las demás es que usted ha pasado al menos la última noche tomándole el pulso a su paciente con cierta frecuencia. ¿Y por qué no se encuentra usted con su paciente y sí en mi casa, pálido y agotado? Porque su paciente ha fallecido y ya no necesita, lamentablemente, de sus servicios.
Guardé silencio unos instantes, dividido entre la admiración que siempre me provoca ver en acción las dotes deductivas de Holmes y el recuerdo de los extraños sucesos de la madrugada anterior.
***
¡Intrigante! ¿Qué le ha pasado a Watson? ¿Tendrá el paciente algo que ver con el resto de la historia, o es un truco barato de la guionistdigooo, de la autora? ¿Se pondrá Watson piripi a base de jerez antes de sacarnos de dudas? La respuesta el próximo lunes, con ¡más deducciones! ¡Más Holmes! ¡Más Watson! ¡Y el desayuno! EN EL (¡ya disponible!) CAPÍTULO SEGUNDO... Holmes se desahoga — Aparece un abrigo amarillo — Watson deduce — Holmes deduce — Watson narra — Aventuras en la madrugada |